La pandemia cambió en tiempo real la forma en que se aprende, se piensa y se practica la medicina y el cuidado. Estudiantes, científicos y trabajadores de salud de América Latina cuentan cómo la covid-19 transformó sus experiencias y qué creen que puede o debe cambiar en los sistemas sanitarios de la región.

Apenas hace falta escarbar un poco en la superficie de internet para toparse con una especie de profecía: reportajes, películas, entrevistas, novelas, documentos y libros de no-ficción que, desde unos pocos meses hasta varios años antes de las primeras noticias sobre el nuevo coronavirus, anticipaban la llegada inminente de una pandemia —en algunos casos con un nivel de precisión sorprendente— y advertían que el mundo no estaba preparado para enfrentarla. Ambas cosas eran ciertas. Pero no sirvió de mucho.

Incluso con la pandemia encima, cuando las noticias de Asia y Europa permitían ver en directo lo que se avecinaba, la mayoría de los gobiernos de América Latina solo fueron asumiendo la realidad a fuerza de golpes, pasando del optimismo injustificado (el virus no contagia tanto en climas cálidos) a la negación (no es más grave que la gripe) y la resignación (ningún país estaba estaba preparado), para terminar en el mismo lugar donde terminaron todos: llamando “héroes” al personal de salud que, hasta hacía poco, les reclamaba por los insumos más elementales de protección, y que tuvo que cargar con los errores políticos del presente y del pasado. Daba igual de quién fuera la culpa: a la hora de la verdad, la responsabilidad de enfrentar al virus cayó sobre sus espaldas, al igual que la falta de recursos y la fragilidad de los sistemas sanitarios de la región.

¿Cómo ha transformado esta experiencia el trabajo del personal de salud? ¿Ha cambiado la mirada que tienen sobre sus tareas y sus profesiones? ¿Qué cosas no serán iguales después de la pandemia? ¿Quiénes son las personas que hoy, después de haber visto cómo el mundo los aplaudía por su valor en “la primera línea de combate” pero los trataba como carne de cañón, quieren dedicarse a cuidar de otros?

Estas son algunas de las preguntas que guiaron el trabajo de un equipo de editoras, diseñadores e ilustradoras de distintos países de la región, que fueron seleccionadas por El Surtidor para formar parte de Latinográficas, una iniciativa de colaboración para impulsar el periodismo visual desde Paraguay. En alianza con EL PAÍS América, las nueve becarias de Latinográficas se abocaron a buscar, producir e ilustrar las historias que forman de este especial, siguiendo la consigna de una frase célebre que el escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum se encontró una vez en las calles de Quito: “Cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas”.

Para Piter, como lo conocen sus amigos, el peor día de la pandemia fue también el que lo hizo sentirse “el médico más orgulloso del mundo”: estaba de guardia en un hospital de campaña con cuatro pacientes gravemente enfermos que necesitaban oxígeno, pero solo había una bomba. Desesperado, el joven médico rompió su estetoscopio y utilizó la manguera en forma de “Y” para permitir que dos pacientes pudieran respirar al mismo tiempo. Los cuatro pacientes sobrevivieron.

Hacía menos de un año que Pedro Guevara se había graduado de médico cuando se convirtió en redes en el “héroe del estetoscopio”, en agosto de este año. Cuando la pandemia se intensificó, fue llamado primero para una misión nacional en La Habana. Tuvo que dejar a su esposa y a su hija de un año solas en Placetas, una ciudad del centro de Cuba, para encontrarse con el impacto de la enfermedad. Después de un tiempo regresó a su ciudad y se puso a trabajar en la sala de alto riesgo de un hospital de campaña las 24 horas del día, con diez camas a cargo, e hizo todo lo posible para salvar a los pacientes a pesar de la escasez de suministros.

La pandemia, cree Píter, resultó ser más fuerte que la salud. Más de 7.500 cubanos han muerto como consecuencia de la covid-19, cuya gravedad se multiplicó por la precariedad y limitaciones de recursos que ya existían en la isla antes de la pandemia. El virus también demostró ser más fuerte que su propia salud: Piter, de 26 años, se infectó, desarrolló una enfermedad grave y tuvo que ser hospitalizado. “La pandemia nos hizo más sensibles”, dice. “Ahora miro al paciente con más cariño, también por haber estado en su lugar. La forma en que vemos a los pacientes ya no será la misma, creo que el vínculo se ha vuelto más estrecho ”.

Piter espera que el cambio sea recíproco. Durante la pandemia, la población vio que el trabajo de los médicos es un desafío, que arriesgan su vida diariamente y, al mismo tiempo, ponen en riesgo la salud de sus familias. La pandemia afectó a todos y demostró que hay personas que harían cualquier cosa por la vida de los demás.

“Necesitamos reflexionar nuevamente la solidaridad”
Vivian Camacho, directora general
de Medicina Tradicional de Bolivia.

Vivian Camacho piensa que la lógica de que “solo el pueblo puede ayudar al pueblo” fue clave para salir adelante en la pandemia. Por eso los saberes ancestrales y la medicina tradicional cobraron una nueva relevancia en este tiempo. ¿Y cómo no, sostiene, si en las comunidades indígenas de Bolivia no había siquiera una aspirina para atender a los enfermos?

Vivian tiene una doble formación en salud: la occidental-académica, como una cirujana que se especializó en Bélgica, y otra tradicional como mujer partera de la Nación Quechua en Cochabamba, Bolivia. Durante la emergencia sanitaria, ella se dedicó a organizar talleres, compartir sus conocimientos y escuchar las experiencias de otras personas: habló de plantas, de sus usos y de preparados sencillos y de bajo costo que podrían ayudar con algunos síntomas del virus y de otras enfermedades. “Nuestros saberes están ahí vigentes, están ahí vivos”, explica, pero el menosprecio del saber campesino, la estigmatización, ha llevado a que “muchos de nuestros abuelos y abuelas no solo no comparten el saber, sino que a veces lo esconden”.

“La salud se construye en democracia”, sostiene Vivian: “La salud se construye con justicia social y con dignidad para el pueblo. Necesitamos reflexionar como sociedades, nuevamente, la solidaridad. El sistema de salud tiene que ser para todo mundo, no puede ser que nos quedemos sin atención, muriendo en la puerta de instituciones por no tener dinero”. Esto es una vergüenza, dice, pero tiene que acabar en algún momento, aún cuando quede mucho por andar.

“Universal, público y gratuito”. Con esas tres palabras, la actual directora general de Medicina Tradicional del Estado Plurinacional de Bolivia deja clara su visión del sistema de salud al que, esencialmente, los pueblos indígenas y “los juzgados” —es decir, la gente pobre que no podía mantenerse en aislamiento por la necesidad de trabajar y sobrevivir y que encima fue criminalizada— deberían tener acceso, con un enfoque desde el territorio, desde las comunidades organizadas.

“La descolonización para mí es volver a mirar con cariño quiénes somos y de dónde venimos”, concluye. “Reconocer que somos pueblos que, pese a todo el dolor, hemos preservado profunda belleza, profunda sabiduría y ese amor a la vida que sigue pasando de un corazón a otro, ese amor con el que han soñado nuestros abuelos y abuelas para que no nos maltraten como a ellos les han maltratado. En la trinchera que nos toque estar, vamos a seguir acompañando, vamos a seguir construyendo salud popular, vamos a seguir secándonos las lágrimas, el sudor y a decir vamos adelante, hay que resistir, hay que ser fuertes juntos”.

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