Los seres humanos se han comunicado desde el principio de los tiempos a través de símbolos, pues es un idioma que todos entienden. La Biblia está llena de signos y símbolos.

Los primeros cristianos, cuando querían representar simbólicamente a Jesús, no utilizaban el signo de la cruz, pues tenía un sentido muy doloroso. Sólo fue a partir del siglo IV, cuando ya había perdido todo su significado como instrumento de tortura. Para representar a Jesús, la primera Iglesia usó símbolos como la del Buen Pastor o el cordero.

Desde el siglo II la Iglesia tomó la palabra Ichthys, que es como se dice pez en griego, como símbolo de Cristo porque representan las iniciales de la frase: Iesous Christos Theou Yios Soter [Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador]. Tanto el pez como las iniciales aparecen muchas veces en las catacumbas para representar a Jesucristo y manifestar su adhesión a la fe.

Jesús había invitado a los apóstoles diciendóles: “Vengan y los haré pescadores de hombres Y ellos al instante dejaron las redes y lo siguieron” (Mt 4,19-20; Mc 1,17).

Luego, en Cafarnaúm, Jesús mandó a Pedro a pescar y sacó el pez que llevaba una moneda con la que pagó el impuesto de los dos. En varias ocasiones Jesús multiplicó los panes y los peces. Un día, si no hubiera sido por la indicación de Jesús, de que echaran la red a la derecha, no habrían pescado nada. En ese momento, los apóstoles fueron testigos de otra pesca milagrosa y abundante.

La relación del pez con la Pascua está en que las apariciones de Jesús después de la Resurrección estuvieron siempre relacionadas con la presencia de pescado.

Por ejemplo, en Galilea, cuando los apóstoles, agotados de bregar, estaban con las redes vacías, Jesús desde la orilla del mar, los invitó a comer junto a unas brasas encendidas con un pez sobre ellas.

El pez es signo de Eucaristía, de la entrega total de Jesús, quien con extrema delicadeza dispuso esa comida por la mañana, en una Pascua prolongada. El pez sobre las brasas, la total entrega del Señor, festiva y generosa… La Eucaristía prolonga el Misterio Pascual entre nosotros hasta el fin de los tiempos. Lo que sobrecoge es que no sólo Jesucristo se entrega como pez sobre las brasas, sino que invita a cada uno a la misma entrega eucarística, al decirle a los apóstoles y ahora a nosotros: “Traigan los peces que acaban de pescar” (Jn 21,10).

Tertuliano decía que los creyentes son “pequeños peces” tras la imagen de Jesús Cristo, porque «nacemos en el agua“, en referencia al bautismo. Tenemos que nacer de nuevo a través del agua del bautismo para obtener la gracia del Espíritu Santo. El cristiano que se aparte de la vida de estas aguas muere, igual que un pez muere al salir del agua. El cristiano muere si se deja seducir por la mente del mundo.

El pez es un símbolo de la vida. Los primeros cristianos lo usaban también para señalar las catacumbas cristianas durante las persecuciones contra la comunidad, de forma que sólo los cristianos sabían dónde estaban enterrados sus mártires, para rezar allí por quienes ya estaban disfrutando de las gloria de Dios.

Porque, aunque tengamos que sufrir en esta vida, si lo hacemos por Dios… ¡sabemos que con Dios siempre ganamos!

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