La psiquiatría trata con fármacos. La alternativa es un enfoque holístico que los integra en procesos de crecimiento y de trascendencia personal.

Psicosis, depresión, bipolaridad, ansiedad, hiperactividad… Los trastornos mentales o enfermedades psiquiátricas son ya en España lasegunda causa de baja laboral y el tercer grupo de enfermedades en gasto sanitario tras el cáncer y las enfermedades cardiovasculares.

En nuestro país se consumieron, en 2010, 33 millones de unidades de antidepresivos y 52 millones de tranquilizantes. Todo indica que, desde entonces, las cifras habrán aumentado.

El panorama es similar en Europa ymucho peor en EstadosUnidos, donde la mitad de la población tiene ya alguna clase de diagnóstico psiquiátrico, en especial, los niños. Se calcula que unos veinte millones de niños en todo el mundo consumen psicofármacos. En muchos casos, estos tratamientos se administran de por vida.

¿Cuáles son las razones para esta especie de plaga bíblica? ¿Tan mal nos hemos organizado como sociedad? ¿Qué podemos hacer para frenar o revertir esta situación que los organismos internacionales de salud nos presentan como alarmante e irreversible?

El cambio de enfoque que porpone la nueva psiquiatría

El primer paso que proponen corrientes como Nueva Psiquiatría en España es ver de otro modo estos trastornos: quizá descubriríamos que muchos no deben considerarse enfermedades sino experiencias integradas en procesos vitales y de crecimiento personal.

Esta visión más abierta y global nos puede ayudar a comprender que existen factores de salud que relacionan lo físico, lo mental, las emociones y las inquietudes espirituales, todo ello en un equilibrio dinámico que implica momentos de cambio, de desequilibrio, provocados por el mero hecho de vivir y de relacionarnos.

Pero también que disponemos de mecanismos de retorno a la armonía sin necesidad de intervenciones peligrosas que conduzcan a depender de por vida de ciertos fármacos.

Claves para lograr el necesario equilibrio

Podemos aprender a favorecer el equilibrio y a gestionar su recuperación considerando los múltiples aspectos implicados, como una alimentación adecuada, una mejor atención —física, mental y emocional-espiritual—, los ritmos de ejercicio y reposo, o de trabajo y descanso, y la dosificación de los momentos de soledad y de relaciones de pareja, familiares y sociales.

No son los únicos: la recuperación también depende de potenciar el ser frente al tener y prestar atención a los aspectos espirituales que nos ayuden a conectar con la dimensión trascendente, practicando el desapego material y emocional, la intuición, la liberación de los dogmas y autoritarismos, el cultivo de la creatividad y la coherencia entre nuestros pensamientos, sentimientos y actos.

Existen muchos enfoques que sobrepasan la mirada psiquiátrica académica y que, podríamos decir, van en dos direcciones: hacia abajo, cambiando la visión simplista dominante sobre los aspectos biológicos, y hacia arriba, abriéndose a lo trascendente.

El cerebro intestinal

Hace más de 200 años que Phillipe Pinel, uno de los padres de la psiquiatría, escribió: “La sede principal de la locura se ubica entre el estómago y los intestinos”.

No fue comprendido en todas sus implicaciones hasta que se descubrió el sistema nervioso entérico, situado en las paredes del intestino y que ha dado nacimiento a la “neurogastroenterología”, como llama a esta disciplina su impulsor, el doctor Michael Gershon.

Esta ciencia entronca con conocimientos de la medicina china y de otras ciencias tradicionales que consideraban los intestinos como la clave del control del organismo desde el punto de vista físico, mental, emocional y espiritual.

El llamado por Gershon “segundo cerebro” consiste en dos redes formadas por unos 500 millones de neuronas que se extienden por el interior de las paredes del esófago, el estómago, el intestino delgado y el colon, y que están conectadas con el sistema nervioso periférico por el nervio vago, a través del cual envía y recibe impulsos nerviosos del cerebro situado en el cráneo.

Este cerebro intestinal produce neurotransmisores y sustancias psicoactivas, como la serotonina —que interviene en estados de ánimo, emociones, ritmo cardiaco, actividades motoras, apetito y ciclo sueño-vigilia—, óxido nítrico, dopamina, noradrenalina u otros neuropéptidos que comunican las neuronas entre sí y con las células inmunitarias.

Otros hallazgos nos hablan de la presencia de unas 2.000 especies de bacterias que viven en una proporción de cien a una con las células intestinales, y que constituyen un auténtico órgano no humano de 2 kg de peso, con funciones biológicas de importancia vital.

Estas bacterias son el puente entre la convivencia de los microorganismos —en una simbiosis cuyos orígenes se remontan a miles de millones de años— y nuestras emociones y pensamientos.

El miedo, la angustia o la depresión influyen en los procesos digestivos y de asimilación de nutrientes, así como en la ruptura de la convivencia interna, provocando trastornos en la mucosa intestinal, intoxicaciones, inflamación…

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Una alimentación inadecuada, industrializada, y el abuso de tóxicos (alcohol, fármacos), junto con una respiración inadecuada y masticar poco los alimentos, puede favorecer estados depresivos, estrés, angustia, ansiedad, temor y otros desequilibrios.

Más allá de lo individual, psicología humanista

Desde mediados del siglo XX, una serie de corrientes psicológicas —influidas por autores como Erich Fromm, Carl Jung, Alfred Adler o Wilhelm Reich— dieron origen a la denominada “psicología humanista”, una reacción frente al conductismo y al mecanicismo entonces imperante.

Esta psicología aporta una visión más global que presta atención a los aspectos existenciales, a la experiencia no verbal y a los estados alterados de conciencia, y critica la obsesión por la cuantificación o el empeño freudiano de centrarse en los aspectos negativos y patológicos de la personalidad.

Dentro de esta visión se sitúan autores como Carl Rogers y su confianza en la persona, que rechaza el papel directivo del terapeuta; o los autores postreichianos, como Edward Baker en Estados Unidos, Federico Navarro en Italia o Xavier Serrano en España, que han desarrollado la orgonterapia, un sistema de diagnóstico empático y funcional, e impulsado la prevención a través de la crianza ecológica.

Las técnicas como el análisis transaccional de Eric Berne, la bioenergética de Alexander Lowen, el psicodrama o la psicología transpersonal también forman parte de las psicoterapias humanistas.

Tratar de otra forma

Estos autores y técnicas retoman la idea presente en todas las tradiciones de contemplar la individualidad como una limitación que puede trascenderse, identificándonos con una conciencia mayor que puede ir más allá del espacio y el tiempo, de lo físico e incluso de lo mental.

Los estados no ordinarios de conciencia —que la psiquiatría biologicista consideraba delirios o alucinaciones— se integran en un concepto más complejo de conciencia humana y brindan la posibilidad de crecer y de integrar lo que históricamente se han denominado experiencias místicas, despreciadas por la ciencia mecanicista.

Experiencias que se consideraban trastornos se identifican como “síntomas” de inquietudes trascendentes, procesos creativos, sincronicidades… O señales de estados de conciencia inusuales que pueden ser parte de un proceso de crecimiento, de apertura a la naturaleza o de búsqueda espiritual.

Otras buenas alternativas

No todos los sufrimientos causados por miedos, angustias, fobias o traumas son experiencias místicas. Pero incluso en esos casos las concepciones globales, trascendentes o espirituales aportan elementos sanadores que están siendo objeto de análisis y de validación desde el rigor científico más estricto, puesto que las experiencias espirituales se pueden reflejar también en procesos neuronales.

Otras contribuciones a la psicología humanista son la neuroteología y técnicas como la sofrología, que combina relajación y activación cuerpo-mente para vencer la ansiedad, las fobias y las dolencias psicosomáticas.

Otras disciplinas interesantes son la desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR, en inglés), muy recomendada para el estrés postraumático, y la “comunicación inducida después de la muerte” para el sufrimiento causado por el duelo.

Se suman las posibilidades que ofrecen las plantas medicinales y la musicoterapia, entre otras estrategias para favorecer la integración y desarrollo de la personalidad.

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