Las personas religiosas o espirituales enfrentan mejor las situaciones críticas.
La semana pasada participé en el Congreso de Menopausia, en donde presenté una conferencia sobre este tema que llamó mucho la atención de los participantes.
Para muchas personas los conceptos espiritualidad y religión son sinónimos. Para otras personas, son inseparables, o por lo menos se concibe que existe una frontera poco clara entre ellos.
Cuando se habla de religión, las personas se están refiriendo a un sistema de creencias y prácticas observadas por una comunidad, que son apoyadas por rituales que reconocen, adoran y comunican con Dios (o el ser superior) o se dirigen a lo sagrado, a lo trascendental. La función más importante de la religión es espiritual, pero no toda espiritualidad es religiosa.
La espiritualidad tiene en cuenta aquellos aspectos de los sentimientos de la persona que están relacionados con los esfuerzos por encontrar propósito y significado a las experiencias de la vida. Estos elementos vitales no tienen que estar atados a un cuerpo eclesiástico de creencias y prácticas organizadas.
Se espera que los miembros de una religión expresen sus creencias colectivamente (en la iglesia, sinagoga, mezquita, etc.), siguiendo un ritual preestablecido y orando conforme a unos dogmas, mientras que la espiritualidad se refiere generalmente a actos privados sin estructuras formales ni ritos.
Estas facetas de las personas han sido muy exploradas en el área de la salud desde hace algún tiempo por las importantes implicaciones que las religiones y la espiritualidad tienen con respecto a la salud física y mental de las personas.
Koenig (2008), por ejemplo, encontró en sus investigaciones que las personas que regularmente asisten a la iglesia oran individualmente y leen la biblia tienen una presión sanguínea diastólica más baja, sistemas inmunes más fuertes, sufren menos hospitalizaciones, tienen estilos de vida más saludables (por ejemplo, evitan el consume de alcohol y otras drogas o no se involucran en comportamientos sexuales de riesgo). También encontró una mayor satisfacción vital, más longevidad y un mejor enfrentamiento con la muerte.
Con respecto a la salud física cada día hay más evidencia científica sobre la utilidad de las creencias religiosas en el bienestar humano. Los trabajos sobre cáncer, hipertensión arterial, etc., son muy claros y muestran —por ejemplo— que hay más recuperaciones de la salud física en las personas con creencias religiosas o espirituales.
En la salud mental también abundan las investigaciones que muestran la utilidad del adecuado empleo de las creencias religiosas o espirituales en el bienestar y la felicidad de las personas. Las personas religiosas o espirituales enfrentan mejor las situaciones críticas relacionadas con la muerte, superan más rápidamente trastornos relacionados con la ansiedad, la tristeza y la ira, etc.
Para los que trabajamos en la terapia de pareja, terapia sexual y terapia de las adicciones también somos conscientes de la relación entre la espiritualidad y la religiosidad con el crecimiento y fortalecimiento de la personalidad.
Me gustaría señalar también la diferencia entre las creencias espirituales saludables y los fanatismos religiosos. Estos últimos, donde todo es malo sucio y pecaminoso indudablemente generan malestar, infelicidad y trastornos psicosomáticos.