Los chamanes son personas dedicadas a curar el cuerpo y el alma mediante la medicina tradicional y el conocimiento de nuestros antepasados.

Chamanes en México

Veníamos al mundo a cosas simples y cansadas. Había que pasarse el día en busca de comida, la tarde tratando de encontrar refugio para salvarse cada noche de la oscura intemperie. Los siglos, las civilizaciones, la tecnología, los inventos nos han ido regalando una vida larga y distinta. Nos volvimos perezosos. Ganamos tiempo. Tiempo para perder tiempo, para enfermarnos más, para preocuparnos, para apartarnos de aquello que antes hacíamos diario y nos hacía bien: movernos en la naturaleza.

Estamos estancados en las ciudades. En el campo todavía persiste algo de ese antiguo vínculo que deberíamos mantener con la tierra. A medio camino, batallando contra el olvido, están los chamanes de las comunidades indígenas y mestizas. A base de observar lo que otros no pueden, aprendieron a atender los males del cuerpo y del espíritu. Sus vidas son puentes, y algo debe haber al otro lado.

María Sabina o el encuentro con el ave sagrada

La primera vez que yo supe de alguien así, una curandera, fue de María Sabina. Viajé a Huautla de Jiménez, ese pueblito oaxaqueño agazapado en una cañada, no para comer hongos sino para hablar de aquellos que sus habitantes guisan —iba a escribir una guía de gastronomía del estado—.

María Sabina llevaba muerta décadas (22 de noviembre de 1985) , pero su presencia en el poblado continuaba. Quizá María se volvió un producto turístico, pensé: los hongos con los que tanto ayudó a los viajeros psicodélicos en su búsqueda interior estaban ahora en todas partes, decorando el letrero de bienvenida a la comunidad, pegados en las placas de los automóviles, estampados en los taxis.

“Los hongos son lo de menos”, me dijo un anciano que la había conocido. “¿Qué es lo de más?”, pregunté. “Puedes probarlos y no entender lo que quieren decirte. Regalan claridad, solo que hay que saber buscarla. Para eso estaba Sabina. Las personas que son como ella curan, pero también hacen que sucedan ciertas cosas, las propician”. Era la facultad de María para ayudar a esclarecer la mente de sus pacientes lo que importaba. Tenía un don, un don que ejecutaba a través de letanías y cantos. Hay chamanes que son buenos con las hierbas, otros saben de huesos, algunos de partos.

De graniceros, cirujanos y salvadores de desahuciados

  • Los graniceros de Morelos, como don Lucio, son iniciados en el arte de controlar las condiciones atmosféricas cuando les cae un rayo. Después de eso, adquieren la facultad de comunicarse con las nubes, sosiegan tormentas o hacen que llueva.
  • Los mayas leen el viento, se ayudan de la dirección en que sopla para valorar padecimientos.
  • Doña Pachita, en la Ciudad de México, llevaba a cabo operaciones invisibles. Salvaba a quienes nadie más podía salvar, a los desahuciados, y lo hacía con la mente y un solo cuchillo.
  • En cambio, los nahuas de San Sebastián Tlacotepec se especializan no en reparar el cuerpo sino en recuperar almas perdidas.

¿Qué tienen en común los chamanes?

Todos los chamanes tienen algo en común: los ritos que sostienen son capaces de unir dos realidades, la nuestra y la inmaterial. Los chamanes saben, los chamanes miran. Se desplazan de noche como si del día se tratara. Tienen los ojos abiertos para percibir lo ausente, para encontrar lo que falta, lo que no se dice.

Sus diagnósticos enfatizan lo imperceptible y vencen, con sus pequeñas ceremonias y enunciaciones, toda clase de afecciones —envidias, carencias, conflictos, dolencias, malos aires—. Entonan, rezan, ofrendan para restaurar el equilibrio entre los humanos, el paisaje y los espíritus. Con sus actos regulan tanto la salud individual como la social.

Los chamanes tzeltales de Chiapas

Los tzeltales de las tierras altas de Chiapas, por ejemplo, creen que la enfermedad se filtra en nuestro universo a través de la música. Cuenta el antropólogo Pedro Pitarch que los chamanes de esa zona la combaten con silencio o una barrera de palabras rituales. Cantan, dice, durante horas, noches o hasta semanas para sofocar el ruido del mundo de los espíritus que viven en constante agitación.

La muerte, la estridencia, entran en el cuerpo de la víctima a través de los pliegues de las articulaciones y los chamanes deben rastrear ese bullicio en la sangre. Para sanar al paciente hay que crear un espacio de silencio en torno suyo. Y la única forma de hacerlo es, paradójicamente, alzando la voz. En el mutismo de los espíritus está la vida de los humanos.

El chamán de Sonora y el Año Nuevo Seri

Al único chamán que yo he oído cantar es a Chapo Barnett. El hombre medicina de los comcáac o seris —esa etnia que ocupa un pedacito de la costa de Sonora, frente a la dilatada Isla del Tiburón, y que vive como lo hacían sus antepasados: de la pesca y la confección de artesanías— conoce bien el idioma de los espíritus.

Es un lenguaje antiguo, hecho de distintas melodías que hay que saber recitar para cada ocasión. El don que obtuvo Chapito cuando era niño es el de la felicidad. Sus canciones celebran la naturaleza y esta, en retribución, le permite curar a través de las plantas y las piedras del desierto. Con sus tarareos encierra lo que está suelto, desata lo que está atorado. Devuelve entonces, a base de plegarias diarias, la armonía al mundo.David Paniagua

Había brisa. Siempre hay brisa en Punta Chueca. Ondeaba, por costumbre, el largo cabello de las mujeres seris. Su piel de bronce parecía rutilar si las nubes se iban. Les compré collares de salvia, sus hijos saltaban de un bote encallado en la arena. El cielo, frente al Mar de Cortés, es más azul que en otros sitios. Yo me dejaba estar en ese azul atípico, Chapito murmuraba algo a lo lejos. Fumé con él, bebí con él licor de pitahaya. No quise, y tal vez me arrepienta, asistir a la ceremonia de temazcal que esa noche presidía el curandero en una improvisada tienda de campaña. Era junio y Año Nuevo para los comcáac. Estaba afuera, junto con otros invitados, cuando aparecieron las estrellas. La voz del anciano nos llegaba tan diáfana como la noche allá arriba. No entendíamos lo que decía, no importaba.

Instrumentos de diagnóstico de los chamanes

Las prácticas chamánicas cambian de un pueblo a otro, de una etnia a otra. Mudan también los objetos utilizados: mazorcas de maíz, piedras, tambores, caracoles, barajas españolas, huevos, tabaco molido con cal, velas. Pero quizá nada sirva tanto como la intención detrás de ellos. Lo que importa es la posibilidad de interceder entre los humanos y los espíritus, y para eso los chamanes conocen las palabras, las acciones adecuadas.

Conoce más sobre chamanismo…

Para entender la complejidad ritual de los chamanes y el papel que juegan en sus comunidades, habría que volverse antropólogo o pasar mucho tiempo a su lado. Existen formas de acceder, aunque sea de forma somera, a la sabiduría que las comunidades indígenas poseen. Tanto los baños de temazcal como las ceremonias de cacao, por ejemplo, contribuyen al equilibrio del cuerpo y el espíritu. Community Tours Sian Ka’an (siankaantours.org) y Spirituality (spiritualityrm.comhacen posible una y otra experiencia.

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