México tuvo un domingo de elecciones para gobernadores aburrido: se instalaron prácticamente todas las casillas, el Instituto Nacional Electoral (INE) funcionó como la eficiente institución que es, los medios de comunicación abrieron espacios a todas las fuerzas políticas, la jornada transcurrió sin incidentes mayores, las encuestas predijeron los resultados en las seis gubernaturas en juego y no hubo retrasos en la divulgación de los ganadores proyectados: Morena, el partido oficialista, y su coalición obtendrían cuatro gubernaturas y la oposición, dos. En los próximos días, los partidos podrán presentar sus inconformidades y se resolverán las controversias.
Las elecciones muestran entonces una democracia bastante sana. Sin embargo, en sus expresiones públicas cotidianas, el presidente Andrés Manuel López Obrador dice que en México no hay democracia y ha emprendido una cruzada para desmantelar la independencia de las autoridades electorales.
Le va a costar trabajo seguir argumentando en contra del INE cuando una elección organizada por este le dio la presidencia en 2018, 12 de las 15 gubernaturas en juego en 2021 y arrebatar a la oposición cuatro estados más en 2022. Pero seguramente lo hará, y dirá que Morena ganó a pesar del INE. Porque AMLO no solo no sabe perder: tampoco sabe ganar.
En realidad, si alguien jugó sucio en la elección de este domingo 5 de junio fueron el presidente, su gabinete y la coalición de partidos que apoyó a Morena: López Obrador hizo campaña desde sus conferencias mañaneras cuando está prohibido por la ley, su gabinete se desbocó para organizar mítines los fines de semana para apoyar a sus candidatos, funcionarios públicos de distintos niveles fueron grabados condicionando la entrega de programas sociales al voto en favor del partido en el poder y el fin de semana de los comicios hubo operadores electorales de Morena detenidos con dinero y listas electorales en las manos.
Así pues, la principal amenaza a la democracia mexicana es el presidente López Obrador. Una democracia que, como volvimos a constatar en estos comicios, funciona. Necesita perfeccionarse, desde luego, pero no desmantelarse ni mucho menos ser tutelada por el gobierno en turno. Requiere avanzar en la detección de financiamiento ilegal de los partidos políticos, en la fiscalización de los topes de gastos de campaña y en la contención de las operaciones electorales ilegales por parte de gobiernos y partidos.
Los resultados de este domingo 5 de junio permiten cantar victoria a los dos grandes bloques partidistas. El oficialista —conformado por Morena y los partidos Verde y del Trabajo— puede decir que el marcador le favorece y que arrebató cuatro estados a la oposición. Además, que ya gobierna localmente a más de la mitad del padrón electoral, que la gente quiere al presidente y sigue demostrándole su confianza, y que lidera la carrera por la sucesión presidencial de 2024.
La oposición puede decir que al inicio de la campaña electoral las encuestas le daban una desventaja de 5-1 en contra, que el oficialismo llegó a vaticinar un 6-0 y que, frente a una grosera intervención del presidente y un descarado uso de los programas sociales para ganar apoyos electorales, logró cerrar en 4-2. Aunque en dos estados no hubo alianza opositora completa entre los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional y de la Revolución Democrática, hay una unión entre ellos. (Caso contrario a lo que podrá señalar el partido Movimiento Ciudadano, que no ha querido aliarse electoralmente con los otros tres y que en esta jornada fue irrelevante).
Ambas partes podrán, pues, cantar victoria hacia afuera. Pero hacia sus adentros, estas elecciones radiografiaron crisis que deberán abordar urgentemente si quieren conquistar la presidencia en 2024.
El oficialismo sabe que se pasó de la raya y que lo descubrieron. Sabe que se comportó como el tan criticado PRI del siglo pasado: usó el presupuesto y los cargos públicos para apoyar a Morena, y espió y amenazó a opositores. Encima, le toca lidiar con la creciente percepción de que se ha aliado políticamente con el crimen organizado. Sabe también que le urge dar resultados en el gobierno federal y los estatales porque la pura imagen del caudillo AMLO puede desgastarse, que la oposición está envalentonada y ha demostrado que puede frenarlos, y que la maquinaria electoral obradorista ya mostró que tiene límites en la manufactura de milagros y no arrasará siempre.
La oposición debe saber que este 4-2 no es un empate. Le alcanza para festejar que no está muerta, pero nadie podría decir que la sucesión del 2024 se ve como un volado. No ha podido capitalizar los desastrosos resultados de la administración de López Obrador y la narrativa presidencial se sigue imponiendo a la realidad. Las heridas que los malos gobiernos del pasado dejaron en la población aún no sanan y los herederos de esas administraciones no han hecho nada para que la ciudadanía los vea arrepentidos y con propósito de enmendar los errores.
Aunque la oposición ha empezado a dar señales de vida como los triunfos de 2021 en las elecciones de Ciudad de México, frenar la mayoría absoluta a Morena en la Cámara de Diputados o bloquear las propuestas de reformas de AMLO, están lejos de verse al tú por tú con la coalición gobernante. Y mientras eso sucede, el presidente insiste en minar la democracia y al INE, y el reloj sigue corriendo.