Este técnica milenaria es una de las muchas herramientas de las que se vale la filosofía zen para alcanzar la paz interior, una práctica útil para momentos de incerteza
Sobre la mesa se ha dispuesto un largo rollo de papel de arroz. Bajo el mismo, unos fieltros, que tendrán una función aún no revelada. A un lado se dispone la tinta ya preparada, los pinceles. Y a espacios regulares, distintos recipientes con tinta y cuencos con agua. El artista solicita silencio en busca de concentración, en la que ayuda la música que cada ejecutante elige según su pulsión, su vibración interior.
De pronto, toma uno de los pinceles, lo sumerge en la tinta, ajusta la densidad con el agua y lanza un trazo decidido. Dos. Sumerge de nuevo el pincel, deposita de nuevo el negro sobre el blanco en movimientos fluidos, aparentemente sencillos, rápidos, espontáneos. Casi se diría que pulsa el papel más que pinta. Ahora se revela la función del fieltro, ya que aporta la profundidad y amortiguación necesaria para que ceda el papel donde la pincelada ha sido más fuerte, hundiéndose lo justo para acumular algo más de negro, provocando una gradación natural de las tonalidades.
Su origen
La técnica nació en China, en siglo VII, pero vivió su esplendor en el Japón del siglo XIV, al vincularse con el pensamiento zen
El contraste entre blanco y negro, entre lleno y vacío, lo es todo. Los asistentes asisten fascinados, como si fueran testimonios de algún tipo de danza mística, llena de significado. Y no se equivocan, porque lo que están viendo es cómo se ejecuta una obra según el arte del Sumi-e.
La pintura con tinta Sumi-e es uno de los tantos caminos de la filosofía zen, por lo que en cierto modo se puede comparar con el arte floral o ikebana, o incluso con el tiro con arco. Todos ellos son vías para conocerse uno mismo, por lo que su finalidad es más espiritual que estética, aunque el sentido artístico esté implícito.
La técnica del Sumi-e nació en China durante la dinastía Tang en el s. VII, pero vivió su esplendor tras llegar al Japón en el s. XIV, es especial durante el período Muromachi gracias a su vinculación con el pensamiento zen. Esta palabra japonesa equivalente a la palabra china chan, que proviene del sanscrito dhyana, que significa “atención plena al momento presente». Por eso el artista no intenta retratar la naturaleza de la manera más fiel, sino que empieza observándola detenidamente, y sólo cuando está preparado en cuerpo y alma prueba a captar su esencia en una obra que es pura abstracción.
En China, manifestaciones similares son más figurativas, llegando a representar un paisaje. En cambio en Japón el trabajo del artista sumi-e recuerda más al de un calígrafo, también por el uso de un solo color. En ambos casos, la concentración previa al trazo es vital, puesto que el trabajo con tinta china no se puede corregir. El error obliga a empezar de nuevo.
Preparación
La concentración previa al trazo es vital, pues el trabajo con tinta china no se puede corregir. El error obliga a empezar de nuevo
Para realizar sus obras el pintor sumi-e se vale de los conocidos como “cuatro tesoros”, que son la tinta, la piedra abrasiva, el pincel y el papel de arroz. Existen versiones comerciales de la tinta ya lista para su uso, pero lo mejor es usar la que se presenta en forma de barra, normalmente hecha a partir de resina y carbón de pino o bambú. Al contener elementos naturales, la propia barra evoluciona con el tiempo y aporta tonalidades únicas. Hay que rasparla sobre la piedra abrasiva para obtener un polvo que luego se mezclará con agua. Este proceso ayuda en la meditación, porque no requiere prisas, implica un movimiento repetitivo e involucra el aroma del producto.
Los cuatro motivos clásicos
El crisantemo. Personifica al otoño y a la humanidad. En China, la planta se usaba por sus poderes curativos y por eso se la asocia a la longevidad.
El ciruelo en flor. Hace alusión al invierno y la pureza, a lo que está por venir después del frio. Por eso se relaciona con la esperanza y la perseverancia.
La orquídea silvestre. La primavera, la femineidad, la serenidad y la inocencia. En China se considera Lan Hua, personificación de la perfección.
El bambú. Es el verano y la integridad, porque no se rompe por la fuerza del viento. Flexible, también simboliza la firmeza ante la adversidad.
La forma del pincel va de la pequeña brocha al fude estilizado, que ofrecerá un trazo más o menos grueso según la presión que se aplique. En cuanto al papel, el de acuarela no es adecuado, porque su porosidad contribuye a que la mancha de la tinta se extienda demasiado. El de arroz es el punto medio ideal para retener la firmeza del trazo y para “trabajar por su cuenta” al secarse, produciendo toda una gama de grises difuminados.
Las gradaciones del negro, pero sobre todo la cantidad de blanco que se deja, son el punto crítico de este arte. En las antípodas del barroco o el manierismo occidental, el espacio en blanco se compara a menudo con los silencios en un recital de poesía o en un concierto. Además, los objetos se representan sólo en parte, como si una porción de ellos quedara fuera del papel. Y siempre se sitúan a un lado, insistiendo en la idea de que hay que dejar espacio libre para que el observador lo llene con su propio pensamiento.
En palabra de Okakura Kakuzo, que fue director de la Escuela de Bellas Artes en Tokio y luego del Museo de bellas Artes de Boston, “la obra de arte presenta un vacío para que usted penetre en él y lo llene de emoción estética”.
Para Anna María Llagostera, artista y profesora de Sumi-e, es justamente el espacio lo que pone en relieve el valor de la tinta. Tal y como le dijo uno de sus maestros, el escultor Josep Maria Subirachs, “si eres buena en el trazo, no lo ocultes”. Llagostera también cree que la abstracción, la reducción a la esencia del Sumi-e conecta esta corriente japonesa con el arte contemporáneo.
Vi en el Sumi-e una filosofía para renacer, casi un modo de terapia alineada con el concepto de ‘ikigai’
El mismo Subirachs se había acercado al taoísmo, y Antoni Tàpies – en cuya fundación imparte clases ella, entre otros centros – muestra influencias japonesas en sus trazos negros, texturas y empleo de arena de sus obras, recordando la decoración de la porcelana de la ceremonia del té o los jardines de meditación kare-sansui. “Y esto sólo son dos ejemplos, pero también están Marck Tobey, Fernando Zóbel…”, prosigue.
“Es lógico: el artista siempre busca nuevos caminos para evolucionar y conocerse. Yo misma vi en el Sumi-e una filosofía para renacer, casi un modo de terapia personal alineada con el concepto de ikigai, que es a la vez trabajo y razón de vivir”. Y es que, según el pensamiento japonés, descubrir el propio ikigai trae satisfacción y sentido a la vida, algo muy necesario en los tiempos que corren.