¿Existe Dios? En algún momento de nuestra vida, profesores y alumnos, nos hemos planteado de forma más o menos explícita alguna de las tres preguntas trascendentes por antonomasia: de dónde venimos, qué hacemos en este mundo y qué sucede después de la muerte. Ciertamente, nos planteamos cuestiones de lo más diverso respecto al origen del mundo: si existe un Dios creador y, de ser así, ¿quién es Dios? ¿Cómo es su carácter? ¿qué le ha empujado a crearnos? ¿Cómo vive la existencia del mal y del dolor en el mundo? Y un sinfín de preguntas más.

Es evidente que tenemos la capacidad para hacernos preguntas trascendentes y para tomar decisiones vitales en base a lo que intuimos que puede ser la respuesta a esas preguntas. Entonces… si podemos hacernos preguntas trascendentes, ¿existe algún tipo de inteligencia espiritual? Y si existe, ¿cómo puedo cultivarla en mis alumnos?

No hay una definición universalmente aceptada de la inteligencia, más bien es un concepto cuyo significado ha suscitado cierta polémica a lo largo de la historia. Entre las definiciones más recientes, destacan estas dos:

1. Algunos autores se refieren a la inteligencia como aquella capacidad de adaptarse a entornos distintos (más o menos hostiles) y a los cambios.

2. Otros autores definen la inteligencia como la capacidad de encontrar soluciones a problemas o situaciones complejas.

A lo largo de la historia contemporánea se ha señalado que la inteligencia no sólo se corresponde únicamente con la capacidad de memorizar o de lograr resolver un problema matemático, sino que hay una serie de inteligencias múltiples. El propio Pablo menciona la inteligencia espiritual en su epístola a los colosenses, haciendo referencia al crecimiento en el conocimiento de Dios. En otras traducciones encontramos el término “entendimiento espiritual”, viniendo a aludir al mismo concepto.

“Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:9-10).

Algunos autores se refieren a ella como inteligencia existencial, otros como inteligencia trascendente. En tanto que todos tenemos posibilidad de crecer en el conocimiento de Dios, todos tenemos inteligencia espiritual, aunque no todos la hemos trabajado con la misma intensidad.

Francesc Torralba sugiere que este tipo de inteligencia requiere del otro para su desarrollo más pleno, alguien que estimule esa inteligencia. Si a un niño nadie le habla, no podrá desplegar el potencial de su inteligencia lingüística y no hablará ninguna lengua, a pesar de tener la capacidad. Se requiere de un entorno de aprendizaje, e idealmente de un maestro para poder desarrollar el pleno potencial de una inteligencia.

Llegados a este punto, es pertinente preguntarse: ¿podemos desarrollar la inteligencia espiritual creciendo en un entorno de hostilidad o indiferencia espiritual? Evidentemente, hay elementos de nuestro entorno que no hemos elegido y nos han condicionado desde pequeños. Sin embargo, sí podemos cobrar conciencia de que tenemos una inteligencia espiritual y, por tanto, debemos de cultivarla para que se desarrolle en nosotros mismos y en aquellos que están bajo nuestro influjo educativo.

¿Cómo puede el profesor o maestro ayudar al alumno para que despliegue el potencial de su inteligencia espiritual?

En primer lugar, empoderar al alumno para que se pregunte por el sentido y el valor de su existencia. Enseñar la importancia de hacer una pausa en el camino para dejar de preguntarse el qué y el cómo (las preguntas que más nos asaltan en el día a día), y empezar a preguntarse el para qué. Ese es el trampolín que les capacitará para trascender, ir más allá en la búsqueda interna de plenitud y vocación.

En segundo lugar, preguntarse el para qué les permitirá ver las cosas con perspectiva y en ese espacio de visión podrán reflexionar en paz y pensar estrategias de cambio de vida, en las áreas que sea menester.

Asimismo, estimular a los alumnos para que no pierdan la capacidad de asombro ante los elementos del entorno más cotidiano. El asombro es la puerta a un universo de interrogaciones que les permitirá iniciar un proceso de búsqueda directa o indirecta de Dios. Recordemos que en el cielo estaremos en un proceso eterno de aprendizaje y eso solo tiene sentido si el proceso de aprendizaje va unido con la motivación que se genera ante la sorpresa y la maravilla ante lo desconocido. 

Por último, explorar la capacidad de dejar de ser el centro de atención y poner el centro en el servicio a los demás. En el desarrollo de la inteligencia espiritual, se comprenden mejor los lazos (unos más y otros menos visibles) que unen a las personas más distintas: todos existimos, dejaremos de existir, deseamos ser felices, nos gusta sentirnos queridos… con independencia de nuestras condiciones físicas, psicológicas, emocionales, socioeconómicas, etc. Para ello, explorar la metodología del APS (aprendizaje-servicio) puede ser útil. Cuando las personas conectan con las necesidades de otras personas desde la voluntad de servicio, el espacio entre ellas se llena de humanidad, compasión y afecto, apartando otros planteamientos negativos de índole discriminatoria y deshumanizante. 

En un momento histórico en el que el mero hecho de escapar de los prejuicios y ejercer el pensamiento crítico ya es un acto revolucionario, educar en el desarrollo de la inteligencia espiritual es una necesidad. Hoy más que nunca necesitamos que la figura del profesor practique el cultivo de la inteligencia espiritual como acto de amor por el alumno que tiene enfrente.

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